sábado, 8 de junio de 2013

Entre los gigantes Redwoods


¡Hola! Como la mayoría ya sabe, nuestro viaje ya terminó y desde el 1° de Enero de este año, estamos de regreso en Chile – nuestro país, junto a nuestras familias y amigos. El simple retorno a la realidad, después de tan largo viaje, es otra historia que contar… sin embargo, aún falta narrar gran parte de nuestras aventuras y estoy determinada a concretar esto (aunque nadie lo lea por lo atrasado que está).
A nuestros fieles seguidores, quienes nos siguen a pesar de todo, les agradezco y espero que sigan entreteniéndose con estos relatos. =)


Despidiéndonos de la entretenida ciudad de San Francisco, atravesamos un largo túnel en dirección norte. Retomamos la ruta 1, que bordea la costa Oeste de EEUU y permite disfrutar de hermosas vistas. Esta es una carretera poco concurrida ya que la mayoría de gente prefiere la ruta 101, que la reemplazó y que es más ancha y de mayor velocidad. Nosotros, como se hizo costumbre durante el viaje, priorizamos la calidad del paseo a la rapidez de éste. A lo largo de la ruta 1 generalmente se visualiza el mar desde distintas alturas y en instantes también nos aleja de él y nos introduce en hermosos bosques y senderos tranquilos pasando por pequeños pueblos y asentamientos de casas.





Nos dirigíamos hacia el parque nacional Redwood, sin embargo la distancia era larga y la idea era llegar ahí temprano ya que acamparíamos para disfrutar del entorno natural. Así que decidimos pasar la noche en un lugar intermedio y llegamos a un pueblo llamado Fort Bragg, California. Alojamos ahí y a la mañana siguiente partimos temprano hacia nuestro destino, por la ruta 1 junto a la neblina característica de esa costa.

El camino fue introduciéndose al bosque y nos encontramos con un sitio de atracción turística llamado Chandelier Tree. Decidimos entrar a ver este gran árbol Redwood, calado por el hombre.
Se forman largas filas de vehículos a la espera de atravesarlo (ya que funciona igual que un corto túnel), y nosotros quisimos ser parte de esta experiencia novedosa.




Igual debo reconocer que me dio un poco de pena, ya que este tremendo y bello árbol fue tallado y dañado por el hombre, sin embargo nos asombró que siguiera creciendo a pesar de todo y mantenía sus colores naturales.
Existe otro Redwood de este tipo que se puede atravesar de este modo, pero que es así naturalmente (no intervenido por el hombre). Al encontrar este árbol, pensamos que era ese… pero no fue así jaja. Como no supimos encontrarlo, tendrá que quedar para la imaginación.


Continuando con el viaje, dimos con una interesante ciudad llamada Eureka. Esta es una de las ciudades más antiguas de este lado del país, y su carácter histórico se recalca con su arquitectura.


Ahí nos detuvimos a almorzar. Encontramos un local de sándwiches vegetarianos en pan de bagel, el cual recuerdo perfectamente ya que el mío estaba exquisito.



Poco tiempo después, llegamos al parque nacional Redwood. Para los que no la conocen, Redwood es una especie de tremendos árboles.
Tremendamente grandes (dentro de esta familia está el récord del árbol más alto), tremendamente viejos (pueden llegar a vivir hasta los 1.000 años), y también, en nuestra opinión, tremendamente hermosos.
En la costa norte de California existe una gran concentración de bosques Redwood, repartida en cuatro parques que cubren 540 km2. No teníamos tanta información al respecto en el momento de llegar, pero quise dársela a ustedes, para que pudieran entender un poco mejor la magnitud de este lugar.



Ya que en el parque nacional mismo no hay campings, nosotros nos quedamos muy cerca – en un pedacito que es parque estatal y se llama Jedediah Smith Redwood State Park. Armamos campamento y se empezó a poner de noche, así que preparamos la cena con mercadería que traíamos comprada de antes y luego nos refugiamos en la carpa.

La mañana siguiente despertamos temprano, como suele suceder en los campings, y salimos a recorrer a pie. Nos adentramos en un sendero entre árboles, que cada vez se hacían más enormes, y nos asombramos con la belleza de esta naturaleza absoluta. El sendero subía entre cerros y la huella que seguíamos en el suelo se angostaba entre las plantas silvestres. Nos encontramos con insectos y pájaros, con hongos muy peculiares y una babosa gigante. Y entre el cantar de los pájaros y el silencio absoluto, me dio bastante miedo de encontrarnos cara a cara con un oso (porque ésta es zona de osos, sin duda). Roberto no estaba preocupado, ya que éste era un sendero bastante cerca al camping. Intenté que el miedo no se apoderara de mí, y haciendo mucho ruido (dicen que eso ahuyenta a los osos) seguimos disfrutando del paseo, porque realmente todo era muy hermoso.





Terminando con el circuito del sendero, volvimos a nuestra carpa, cocinamos y almorzamos. En la tarde nos subimos a la moto y fuimos a recorrer otro sector del parque: la costa. Había muchísimo viento, incluso era difícil mantenerse de pie.
Aquí se ve como el bosque Redwood llega hasta la playa y como contrasta lo plano con lo gigante.




Comenzó a bajar el sol y a hacer frío y decidimos retornar, pero antes pasamos a la ciudad Crescent City (aledaña al parque) para conocerla y comprar en el supermercado algunas cosas que nos faltaban.


Cuando llegamos al estacionamiento del supermercado, nos encontramos con un motociclista viajero y como es de costumbre entre viajeros se acercó a hablar con nosotros. Resultó ser del estado de Utah y andaba de paseo por dos semanas. Su nombre es Neal. Mientras hablábamos apareció otro motociclista, quien se nos acercó porque andaba medio perdido y quería pedirnos indicaciones. Él era canadiense, de nombre Martin. Neal estaba viajando de norte a sur y pretendía acampar en el parque, y Martin de sur a norte y debido a estar apresurado quería seguir hasta la siguiente ciudad y buscar un motel.


Nos caímos bien los cuatro y entre la conversa decidimos compartir el sitio de camping. A nosotros nos pareció súper bien, ya que este camping era particularmente caro y así dividiríamos los gastos. Además siempre nos entretiene hablar con otros viajeros, conocer sus puntos de vista y saber de sus aventuras. Entré bien rápido a comprar la cena al supermercado y luego nos fuimos juntos los 4, en 3 motos, al camping. Pedimos permiso a la guarda parques para armar 2 carpas más y entrar 2 motos más, y nos aceptó (y menos mal, ya que el parque estaba completo).

Se hizo de noche muy pronto y nuestros “huéspedes” se instalaron apretados en el sitio, para luego cada uno preparar su cena a la luz de las linternas de cabeza. Nosotros comimos unos ricos macarrones con queso, uno de los platos de fácil preparación favoritos de Roberto. Conversamos bastante y estuvo muy grato.

A la mañana siguiente seguiríamos nuestro camino y nuestros nuevos amigos también. Sin embargo, ellos tenían itinerarios bastante distintos al nuestro, partiendo a horas muy tempranas de la mañana. Primero partió Martin, muy apurado ya que tenía como meta llegar a su casa en British Columbia – Canadá, en sólo un par de días. Se fue tan rápido que ni le alcanzamos a sacar foto, pero nos dejó invitados a quedarnos con él cuando llegáramos a Canadá. Neal partió después, rumbo al sur (y también nos dejó invitados a quedarnos con él en Utah).


Ya que los tres teníamos distintos destinos, nos separamos y después de despedirlos nosotros nos alistamos tranquilamente, a nuestro ritmo de chilenos. Nuestro siguiente destino era Seattle, pero el camino era largo así que sabíamos que pararíamos en alguna ciudad intermedia esa noche.
Aún por la ruta 1, continuamos hacia el norte.





Atravesamos un pequeño pueblo en el camino y nos encontramos con una reunión de automóviles viejos, algún club que se había reunido a almorzar. A Roberto claramente le encantó.



Avanzando un poco más, dejamos el estado de California y entramos a Oregon. Permanecimos en la ruta 1 y en un mirador nos encontramos con una multitud de gente mirando hacia el mar. Nos detuvimos a descansar un poco y a ver qué estaba sucediendo.
¡Qué maravillosa sensación sentí al visualizar lo que todos estaban observando! Ahí mismo, a la orilla del camino, sobre una especie de mirador improvisado y entre una nube baja blanca, vi un lomo negro flotando en el agua. Luego vi otro más. Se los indiqué a Roberto. No entendí que eran en un principio. ¡Eran ballenas!!! Fue hermoso. Realmente pacífico y un momento maravilloso.







Después de este lindo descanso, continuamos el trayecto. Para nuestro asombro, nos encontramos en el camino con Martin de quien nos habíamos despedido muy temprano esa mañana y a quien supuestamente no veríamos más, hasta Canadá. Había tenido un problema mecánico con su moto. Antes de que lo encontráramos, ya había pasado por un taller y lo habían ayudado supuestamente. Sin embargo, ahora estaba nuevamente con problemas. Era algo eléctrico y lo intentamos ayudar. Roberto fue en nuestra moto en busca de fusibles para la moto de Martin, mientras yo me quedé a un lado del camino junto a él y su moto. Pasó un rato y volvió Roberto sin buenos resultados ya que habían las pocas opciones por ahí cerca no tenían fusibles o estaban cerradas. Es que estábamos en un pequeño pueblo donde no volaba ni una mosca. A Roberto se le ocurrió hacer partir la moto con una bajada que había a la orilla del camino (una salida de autos), y esto resultó al segundo intento.


Una vez prendida la moto, no había problema… pero no la debía detener. Así que decidimos avanzar juntos, por si le pasaba de nuevo. Más adelante nos detuvimos en una estación de gasolina y Martin pudo comprar fusibles.
Ya que se estaba haciendo tarde y Martin entendió que no llegaría a su casa al día siguiente, decidió quedarse en una ciudad cercana. Nosotros pretendíamos quedarnos en Lincoln City – Oregon, así que ahí nos quedamos los 3. Encontramos un motel y pedimos una habitación para 4 personas, el cual pagamos a medias. Esa noche cenamos comida china en un restaurante a la salida del estacionamiento del recinto (de todos modos, no había mucho más de donde elegir en esta pequeña ciudad). Estaba rico.
Los tres estábamos cansados, así que tan pronto llegamos a la habitación, nos dormimos. La mañana siguiente Martin se despidió nuevamente de nosotros. Ojalá haya logrado llegar a su casa ese día, no volvimos a hablar con él.



Nosotros continuamos rumbo a la ciudad de Seattle – Washington. Ahí nos encontraríamos con una amiga de Roberto quien nos alojaría… pero antes aparecieron algunos obstáculos en el camino. Esa es otra historia emocionante, que quedará para el siguiente relato y prometo demorarme menos esta vez!